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Incluir una educación ambiental no androcéntrica en el currículum oficial desde el ciclo infantil es fundamental para que el alumnado desarrolle pautas ecorresponsables
Detalles de cumpleaños para cada compañero y compañera de clase; pegatinas por aquello del refuerzo positivo; material escolar que ya no se adquiere en la librería del barrio sino online, procedente de miles y miles de kilómetros; ropa, mucha ropa, cada día un modelo distinto, todos ellos, sin excepción, fast fashion. Estamos criando una generación de futuros consumidores que, lejos de pararse a pensar en la trazabilidad de los objetos que adquieren, cada vez los asimilan más a bienes de consumo rápido, y solo las nuevas compras calman su ansiedad consumista. Esta tendencia en las aulas, que no deja de ser un reflejo de lo que sucede en la sociedad, requiere de una intervención educativa temprana, profunda y lo más inmediata posible para garantizar la sostenibilidad del planeta.
Alicia Puleo habla en su libro Ecofeminismos para otro mundo posible (2011) de lo importante que sería establecer una educación ambiental no androcéntrica, ya que la predominante actualmente sigue sin visibilizar suficientemente a las mujeres y, además, “tampoco favorece demasiado el surgimiento de los sentimientos empáticos con respecto al mundo natural”. Así, recoge en un post de su blog: “Junto a la crítica al consumismo del mal desarrollo neoliberal, debemos también impulsar una educación sentimental ecológica que siente las bases emocionales de las buenas prácticas para la sostenibilidad”.
¿Qué dice la actual ley educativa al respecto de esta formación ecológica? la Ley Orgánica de la Educación (LOMLOE) reconoce en su preámbulo “la importancia de atender al desarrollo sostenible de acuerdo con lo establecido en la Agenda 2030”. De este modo, el documento Plan de Acción de Educación Ambiental para la sostenibilidad (2021- 2025), redactado por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico y el Ministerio de Educación y Formación Profesional, puntualiza que esta legislación “recoge entre los principios del sistema educativo la educación para la transición ecológica con criterios de justicia social como contribución a la sostenibilidad ambiental, social y económica”.
No obstante, a la hora de llevarlo a la práctica, se propone hacerlo a través de la asignatura Educación en Valores Cívicos y Éticos, que se vinculaba inicialmente tanto a la Educación Primaria como a la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), pero que se traduce en una sesión semanal que comienza a impartirse en el tercer ciclo de primaria. Son la Comunidad Autónoma ―que, recordemos, tiene las competencia de Educación― y el centro escolar ―que, a partir de los mínimos marcados por la administración, cuenta con cierta grado de autonomía― los que deciden cómo y cuándo hacerlo. Además, la sostenibilidad del entorno se trabaja en uno solo de los cuatro ámbitos competenciales de la citada asignatura. Es por ello por lo que, una vez más, parece que llegamos tarde a trabajar un contenido tan vital y, además, no lo hacemos con la profundidad necesaria.
En definitiva, una educación sentimental ecológica que se incluyera en el currículum oficial ya en Educación Infantil se plantea como fundamental para que el alumnado desarrolle pautas de consumo ecorresponsables desde la primera infancia.
FUHEM a considera necesario transformar el currículum, de manera que la actual perspectiva antropocéntrica del mismo vire hacia una visión ecocéntrica
FUHEM (fundación independiente sin ánimo de lucro que promueve la justicia social, la profundización de la democracia y la sostenibilidad ambiental, a través de la actividad educativa) ha asumido el reto de transversalizar la formación ambiental. Así, una de sus líneas de trabajo se centra en la creación de materiales curriculares con perspectiva ecosocial. En concreto, para este curso escolar que acaba de comenzar, ha diseñado libros de texto de Geografía e Historia y de Biología y Geología para 4º de la ESO bajo esta perspectiva. Además, ha realizado un análisis de la actual ley educativa, con el objetivo de “valorar en qué medida permiten una capacitación del alumnado para la defensa y cuidado del medio natural”, recogido en el documento ‘El conocimiento y la defensa del medio natural en la LOMLOE’, publicado en 2021.
Como conclusiones más relevantes, FUHEM sí advierte una “mejora significativa con respecto a la ley educativa anterior en cuanto a la perspectiva de cuidado y defensa de la naturaleza”, aunque echa de menos una mayor profundización en las cuestiones referentes a la actual crisis multisistémica. Además, considera necesario transformar el currículum, de manera que la actual perspectiva antropocéntrica del mismo vire hacia una visión ecocéntrica, que, entre otras cosas, aplique un pensamiento crítico a la Agenda 2030.
Teachers for future es otra de las referencias en cuanto a sostenibilidad en el contexto de la Educación. Se define como “un colectivo de docentes preocupados por el estado de emergencia climática en que estamos viviendo”. Esta organización ofrece una serie de propuestas para transformar los centros educativos en entornos ecológicos y sostenibles, partiendo de la realización de una ecoauditoría del centro, y trabajando posteriormente en torno a cinco líneas claras de actuación: reducción de residuos hacia el residuo cero; alimentación saludable y sostenible; movilidad escolar activa y autónoma; consumo crítico (que incluya energía limpia, compras conscientes y una capacitación para identificar fake news y publicidad engañosa) y, por último, naturalización del centro educativo, a través de huertos, espacios verdes y soluciones basadas en la naturaleza.
Una adecuada educación ambiental planteada desde el ecofeminismo debe incluir contribuciones de importantes científicas a la ecología y el valor de las prácticas sostenibles de millones de mujeres en el mundo
Todo ello pasa por comprender lo que Puleo define como el “yo interconectado con otras formas de vida y más vinculado a una ética del cuidado”. O, en palabras de otra referente del ecofeminismo, Yayo Herrero, interiorizar que somos “seres interdependientes y ecodependientes”. Y es que esa ética de los cuidados, reemplazando los derechos calificados de masculinos, son para Puleo el primer paso para resolver el problema de los abusos humanos sobre la naturaleza. Una ética de los cuidados que deberá ser especialmente integrada en la socialización masculina, para no reforzar los estereotipos de género que, puntualiza la filósofa, refuerzan “los inmemoriales hábitos de sacrificio femeninos”. Exige además partir de una revisión crítica de la cultura de los cuidados, “que denuncie las relaciones de poder” para no volver a caer en “la subordinación de lo femenino frente a lo masculino”.
Nos encontramos en la actualidad con una educación ambiental que, para Puleo, “sigue sin facilitar una conciencia crítica de los roles de género”. Y es que una adecuada educación ambiental planteada desde el ecofeminismo debe incluir contribuciones de importantes científicas a la ecología y el valor de las prácticas sostenibles de millones de mujeres en el mundo. Ha de cultivar la solidaridad, la emoción estética ante la belleza natural y la emoción ética del cuidado, tanto a los otros como hacia el medio ambiente.
La oenegé Enraíza Derechos, que trabaja por “un mundo sin hambre y sin pobreza, sostenible y en igualdad”, realiza, entre otras labores de divulgación, sesiones de formación online a centros educativos con recursos para educar en el reparto inequitativo de los alimentos, focalizando en el desperdicio cero. A través del proyecto Yo no desperdicio, yo comparto, sensibiliza sobre las consecuencias del desperdicio alimentario y su conexión con el derecho a la alimentación: “El hambre no deja de aumentar en un mundo en el que sobran alimentos y en el que un tercio de lo que se produce acaba en la basura”.
Además, ofrece soluciones para reducirlo, aplicables tanto al contexto escolar como al entorno familiar. Empleando una metodología gamificada, pone en marcha iniciativas didácticas entre el alumnado de primaria y secundaria para concienciar sobre la conexión que existe entre comida, medio ambiente y desigualdad social. Todo ello, además, arropado por un marco legal en el que se está trabajando: el proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario, aprobado el pasado 7 de junio.
Sentencia Puleo que sólo “lograremos una educación ambiental plena cuando superemos la represión androcéntrica de los sentimientos empáticos hacia la Naturaleza no humana”. Las entidades que trabajan en pro del cuidado del medio ambiente coinciden en la idea de que, para respetar y salvaguardar nuestro entorno, es necesario empezar entendiendo lo que la supremacía humana está provocando Es por ello que el contexto escolar debe contemplar ese punto de partida y superar las actuaciones puntuales para lograr incorporarlo plenamente al currículum.
El objetivo, según Puleo, lograr una toma de conciencia sobre nuestras conductas que nos permita comprender que la vida sencilla, promovida por corrientes filosóficas como los epicúreos, propicia la felicidad a partir de un mínimo coste de recursos, moderando o evitando todo lo superfluo. Y es nuestro deber, como agentes socializadores que somos ―recordemos que familia y escuela son los principales, pero que la sociedad en general también interviene― difundir estos principios éticos para garantizar, entre otras cosas, la sostenibilidad del entorno natural, pero también para ofrecer un modelo de satisfacción que no se base en el consumo, sino en la interconexión humana y en la conexión con el medio ambiente.
Fuente: Laura Alvaro Andaluz en pikaramagazine.com
Imagen: Ilustración del aula digital de FUHEM
Lee artículo completo: La vida sencilla, o cómo educar para transformar el modelo de consumo en Carabanchel net @carabanchelnet